lunes, 29 de noviembre de 2021

LA SIRENA DEL LAGO PONCE

Se cree que una sirena habita en las aguas del lago Ponce. Los pueblos ubicados cerca del lago son creyentes de la leyenda. Afirman (según la leyenda) que la sirena habita el lago desde antes de que el fraile español: Iván Ponce, llegara a evangelizar a las tribus indígenas que sobrevivían de sus aguas.

Buena parte de los pobladores de esos pueblos, opinan que la sirena atrae fortuna, si se le da monedas de ofrenda. Por tradición lanzan monedas al lago, esperando obtener suerte de ello.

A tempranas horas de la mañana, un  pescador veterano salió al lago a pescar. Llegando a su área de pesca, se encontró con otros pescadores de su pueblo, pescando en las matinales aguas negras y mansas del lago. Esa mañana el pescador lanzó sus redes, desde su pequeño bote; esperando capturar peces. Últimamente no le estuvo hiendo bien. Decidió probar suerte, desafiando las nieblas que le restaban visibilidad.

Sus redes con anzuelos no le daban ningún indicio. Pasaron un par de horas y ya la paciencia se le agotaba. Recogió sus redes, por tan mala racha. Como de costumbre, lanzó una moneda al lago (tratando de ganarse el favor de la sirena), para garantizar éxito a su regreso. Volvió marchito a su pueblo, traspasando neblinas, iluminado por la débil luz del sol matutino.

Corrían las horas; las nieblas del lago se esfumaron, sus aguas prietas brillaban por el ahora intenso sol. Para esa tarde, el experimentado pescador estaba decidido a volver al lago. Montó su bote, arrancó el motor, y con energía renovada se dirigió a su área de pesca; donde todavía habían pescadores, haciendo lo suyo. Esa tarde la cantidad de pescadores aumentó. Al avezado pescador eso no lo disuadía; confiado de que la suerte estaba de su lado.

Rodeado de la espesa selva que bordea el lago, y siendo observado por aves carroñeras (sobrevolando en círculos, lo celeste del cielo), el pescador lanzó sus redes a las profundas aguas del mítico lago Ponce; creyendo que atraparía peces esta vez. Después de todo, se supone que la sirena bendijo su faena. Los azotes de calor del sol pronto lo convencieron de retirarse. Su juventud era del pasado. A sus casi setenta años debía cuidarse.

Regresó a su pueblo, rompiendo olas; dejando un par de trampas sumergidas (convencido de que al volver encontraría lo que buscaba).

Una vez en su casa, decidió descansar en su hamaca. Vivía humildemente en una casa alta de madera y choza; en unión cristiana con su esposa, quien orgullosamente hacía las labores domésticas del hogar. Todavía se amaban; tantas décadas no les cambió el sentimiento mutuo. Eran para los jóvenes de su pueblo: una pareja, de esos que casi no existen.

Transcurrían los minutos como las hormigas bajando de los árboles frutales de su terreno. El cansancio que sentía el pescador le causó pesadez en los párpados. Cesaron sus preocupaciones y entró a un sueño profundo. Las loras silvestres volaban sobre él, emitiendo sus característicos bullicios. Su esposa cocinaba la cena, de la cual emanaba un tradicional aroma culinario de leche y aceite de coco.  El mundo seguía su curso mientras él soñaba.

Despertando del sueño, se dio cuenta de que pronto anochecería. Sin perder el tiempo, regresó al lago, valiéndose de un foco y una linterna. Las nubes estaban esparcidas en el cielo rojizo del atardecer. Caía la noche. El experimentado pescador sabía que debía aligerarse, de lo contrario correría el riesgo de toparse con patrullas de la Fuerza Naval, o peor aún, con bandas de narcos, transportando su merca.

Llegando a su área de pesca, recogió las trampas. Nadie más estaba alrededor y las aves carroñeras no se divisaban. Para sorpresa del pescador, en las trampas habían: cangrejos, langostas de agua dulce y variedades de peces comestibles. Inmediatamente sacó una de sus mejores redes. Intuyó que habían cardúmenes. La lámpara que llevó consigo lo iluminaba. Resulta que acertó (pescó en bonanza).  Cargó el bote, sin embargo, cuando iba a recoger su última pesca:   de las oscuras aguas apareció una aleta colosal y plateada. Parecía la aleta de un pez. A pesar de su extensa experiencia, el pescador no pudo reconocerla. Salía a la superficie y se sumergía de manera consecutiva; brillando con la luna menguante; emulando el brillo de centenares de escarches plateados.

Inadvertidamente la cola casi le pegó al pescador, quien esquivó el coletazo. Temeroso,  apresuradamente encendió el motor de su bote, abandonando su red. El viento golpeaba su rostro, entretanto se dirigía a toda velocidad a su pueblo; y las aguas del lago se agitaron (una tormenta se avecinaba). Cayeron los primeros truenos. Juró haber escuchado en ese caos: una voz detrás de el, llamándolo por su nombre, a lo lejos 

Llegó temblando a su humilde casa, y le contó a su esposa lo que pasó. Se propagó la noticia de pueblo en pueblo. Corrió el rumor de que la sirena del lago se le apareció.


©️2021, G.D. Romill

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lunes, 22 de noviembre de 2021

LA CASA DE "EL CONDE"

 

El único

Mi madre siempre me decía que evitara ir a la casa de "El Conde"; quien era un señor muy extraño. Se rumoraba que practicaba brujería, sin embargo nunca se confirmó. Falleció por causas naturales.

De niño le hice caso a mi vieja. Pasaron los años, y la casa se veía exactamente igual de decrépita. Ya de adolescente, pensé que mi madre exageraba y que los rumores eran tonteras. Con incredulidad entré a la propiedad del fallecido anciano, en compañía de algunos amigos del cole. 

Ingresamos a la casa y exploramos el patio trasero. Descubrimos montañas de chatarras. Merodeamos, esperando encontrar algo interesante; y así lo hicimos. Encontramos una foto desgastada del conde  (como lo recordaba en el barrio). Pasados unos minutos, hallamos también una anotación que leí en voz alta:

—Octubre de 1996. Mes de sacrificios humanos. Este año voy a sacrificar a Carlitos.

¡Era yo! El único Carlos del barrio. Por primera vez sentí un temor penetrante.

Ya no volví a acercarme a esa icónica casa (fuente  de macabros rumores), después de sospechar que pudo haber sido de mí, y de pensar obsesivamente en Raquel (mi primer amor), quien desapareció misteriosamente en el 94.


Publicado originalmente el 22 de noviembre de 2021


Recuerdo sesgado

Han pasado varios años. La foto de mi niña es lo único que me queda. Yo la llevaba al taller donde trabajaba; también la recogía del cole ¡Carajo, si no fuera por la irresponsable de...! Chingada madre, que en paz descanse.

Todavía no le perdono su descuido. Era muy confiada, principalmente con ese loco que vivía en la esquina; el famoso “Conde”. Vivía más al pendiente de sus pendejas novelas que de la niña.


Mi mejor amiga

Tendría 39 años. La conocí como una niña con un humor natural. Era mi mejor amiga. Me quedan recuerdos muy bonitos de ella. Solíamos jugar al escondite, en el patio de la casa de mis padres. Los arbustos y los árboles de sabino, eran el lugar perfecto para esconderse. Nunca en mi vida imaginé que no la volvería a ver jamás.

Recuerdo bien aquel año, la última vez que mis padres visitaron a los padres de Raquel. Mi madre me contó que don Samuel, constantemente culpaba a la señora Alicia, y que desde antes la maltrataba. A pocos años de la desaparición de Raquel, su mamá falleció. En la colonia corrieron rumores de que la tristeza de no saber nada de su hija, acabó con su salud. Del padre de Raquel ya no se supo nada. Se marchó de la colonia.

Sorprende saber que mi amiga vivía tanto desmadre. Era súper divertida. Llena de energía. Irradiaba una luz, como pocas.

 

Vigía

Le dije que se cuidara, que no podía echarle un ojo a cada rato. A regaña dientes alejé a carlitos de unos niños que jugaban cerca de la casa de El Conde. Obvio que algo no estaba bien con ese viejo. Montones de chatarras en el patio y la casa demacrada, no es de una persona cuerda. Cuando me mudé con mi esposo a la colonia, el viejo ese se vestía normal. Su mujer era una güera muy bonita. La veía más joven que él. Un día ella desapareció. Muchos de la colonia le preguntaron al Conde donde se había ido, pero el viejo se ponía violento. Mandó a la verga a todos. Se volvió un ermitaño desalineado, y la sonrisa que tenía por la güera se le borró de un día para otro.

Cada vez que vigilaba a mi hijo me sentía tranquila, con tal de no verlo jugar fuera de mi vista, o cerca del Conde.

Pobre de quien fue mi vecina. Ella sufrió demasiado. Su esposo la golpeaba y le decía cosas muy, muy feas. Dios la guarde. A mí me consta de que cuidaba a su hija, pero se me viene a la mente un incidente bastante extraño con el heladero que pasaba. En ausencia de Alicia (quien al parecer había entrado a su casa a atender el teléfono, por miedo a que fuera su marido), vi, y juro que vi al heladero lanzarle un beso a su niña. Hasta que sospeché que él tenía que ver con la desaparición de la nena; a pesar de que antes de que desapareciera ella: ese tipo tenía un mes de no haber sido visto en la colonia.


Pasado-presente

En una nación como la nuestra, las desapariciones hacen parte del pan nuestro de cada día. Familias enteras han sufrido el flagelo de ello. La mayoría se resigna a encontrar a sus seres queridos vivos o muertos. Su único anhelo se vuelve el sueño de al menos poder darles cristiana sepultura. Unas corren la suerte de encontrarlos vivos, otras cargan con el consuelo agridulce de tan siquiera poder sepultarlos; pero una importante cantidad sigue inclonclusa con el paradero de sus hermanas, hermanos, madres, padres, hijos e hijas; en fin: seres queridos, por las que lloran. Ese es el caso de Raquel Herrera Uriarte.

1984, nace Raquel, hija de Roberto Herrera y Alicia Uriarte, en lo que es ahora La Ciudad de México (en aquel entonces: México DF). Sus vecinos la recuerdan como una niña alegre e hiperactiva, que le gustaba contar chistes y que disfrutaba de hacerle bromas a sus padres y amistades. Su padre, quien ahora reside en Guanajuato, no quiso concedernos una entrevista. Lamentablemente su madre falleció en 1996. Dos años después de la desaparición de Raquel. Le había dado un derrame cerebral.

El enigma se yergue sobre una casa ubicada en la calle donde vivía Raquel. El propietario de la casa lo apodaban: “El Conde”. Aún hoy, la casa abandonada, increíblemente sigue allí. En multitud de ocasiones iba a ser demolida, pero fue comprada por un comprador anónimo, que por un motivo todavía desconocido, decidió dejarla intacta.

La investigación de la ahora extinta Policía Federal, fue "exhaustiva". El principal sospechoso resulto ser El Conde. La Policía, estaba lista para arrestarlo, a petición de los fiscales encargados del caso; pero El Conde tenía una fuerte coartada. En las primeras horas de la mañana fue llevado de emergencia al hospital más cercano, donde estuvo internado por casi dos semanas (producto de una infección pulmonar). Aquel mismo día, Raquel todavía estaba en clase. Se sospecha que su desaparición ocurrió en la tarde; después de que llegara a casa. Lo que significa que el Conde en ningún momento pudo haberla contactado, estando internado. Inmediatamente lo descartaron como el principal sospechoso. Al cabo de un año se archivó el caso. La policía no pudo recopilar pruebas concluyentes.

Los padres de Raquel no se explicaban porqué las autoridades correspondientes archivaron el caso. Presionaron a las autoridades sin éxito alguno. Lo ocurrido a Raquel (una niña de 11 años con un futuro prometedor), dejó una profunda marca en la colonia que la conoció. Hablamos de una niña con aspiraciones, que físicamente está ausente en la vida de los que todavía la recuerdan de varias formas, como una niña que brilló en sus vidas.

Para Noticiero “El Umbral”: José María Benítez.

 

© 2023, G.D. Romill. Todos los derechos reservados. 

 


 

 



domingo, 14 de noviembre de 2021

EN UN DÍA DE OCTUBRE


DESVARÍO O REALIDAD

Hace dos semanas, miraba por la ventana cerrada de mi apartamento: las luces callejeras alumbrabando la vegetación de la casa abandonada de enfrente (única, en medio de los complejos de apartamentos). Se perdían las luces en la oscuridad  de esa casa; tal si fuera un agujero negro tragándose alguna iluminación estelar.

La ausencia de movimiento en la calle, me impuso el silencio. Simplemente era yo y la ausencia de vida (o eso creí). A eso de las tres de la madrugada, juro haber visto una sombra incorpórea, saliendo de esa casa; dirigiéndose a un callejón cercano. Pensé que era mi imaginación; que al estar despierto a altas horas, mi mente jugaba conmigo. Sacudí mi cabeza, con los ojos cerrados, intentando darle lógica a lo que vi. Poco después decidí irme a dormir, con la duda de lo que fui testigo.

Despertando, ya tarde, casi a medio día me puse a ver televisión. No había mucho que hacer. Revisé el canal del noticiero local, con la expectativa de encontrarme una noticia interesante. Resulta que la calle en donde vivo, era la noticia de última hora. Subí el volumen, escuché el reportaje. Me quedé helado, al igual que el pavimento urbano absorbiendo el frío invernal.

Esa madrugada, al parecer una secta asesinó a una chica en la casa abandonada. Las cámaras mostraban las grabaciones policiales  (cortometrajes de la escena del crimen), donde aparecía un altar hecho para adorar a un ente de apariencia maligna. El cadaver y la sangre en la escena fueron censurados por lo visceral del crimen. 

Desde la ventana vi la aglomeración de gente que miré en la tele; lejos de la tranquilidad ignorante que sentí; y meditabundo con respecto a la sombra.

 

EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS

—¡Chucha, Titán! Nos salió trígido el frío. Weón, no se siente como primavera—le dijo Franco a su compañero fiel de cuatro patas. Acostado sobre una gruesa capa de cartón y plástico, se cobijaba con una sábana que le fue dado por buenos samaritanos.

El frío inusual de la ciudad llegó al extremo de detener el tráfico y congelar cada fibra de los arboles citadinos. A la intemperie, Franco no pudo más que abrazar a su perro y sentir algo de calor, en el callejón olvidado donde había decidido pasar la primavera.

—Algún día te llevaré a la playa, amigo. Ya verás. Posiblemente en verano lo haga—Titán en ese momento estaba inquieto y lloriqueando, con la mirada estresada. Franco no lo entendía—¿Qué pasa, campeón?—le preguntó. Al minuto escuchó los pasos de alguien aproximándose al callejón oscuro. Los pasos eran cada vez más firmes, como de una persona corriendo con botas.

El pobre Titán temblaba en los brazos de Franco, orinándose sobre la sábana. Franco Instintivamente apagó la lámpara que usaba, y se cubrió con su perro, sintiendo su propio corazón latir con una intensidad que le robaba el aire. A sus oídos aquellos pasos se escuchaban eternos en una noche o una madrugada que parecía interminable.  

 

 

MISIÓN IMPREVISIBLE

Entró por la ventana de un apartamento lujoso, logrando desactivar la alarma. A primera vista vio con su linterna: juegos de té, en vitrinas (se veían antiguos). Pronto se dio cuenta que estaba en un salón. Lo habían contratado para robar joyería (es su especialidad), por lo que pasó de largo las bandejas, teteras, tazas y platillos, posiblemente de porcelana. En su lista habían tres objetos: un brazalete, un collar y un anillo. Tenían diseños que él no reconocía. Su cliente se limitó a decirle que eran de incalculable valor. El ladrón, conocido en el bajo mundo como “El Suizo”, se dispuso a seguir con lo suyo.

Utilizando una de sus herramientas abrió la puerta del salón, y precavido sacó un dispositivo infalible que le ayudaba a detectar cámaras de vigilancia, a través de diferentes frecuencias. Se percató de que no había ninguna frecuencia sospechosa. Cauto, caminó hacia lo que parecía la sala principal, teniendo el aparato en una mano y su linterna en otra. Examinó la sala con detenimiento, y se preguntaba porqué no había cámaras.

En la sala había una tele, un sofá, una mesa de vidrio y lo que seguramente era una réplica de un cuadro de Goya, entre otras cosas. Lo único inusual era el aroma de perfume de mujer y pétalos de rosas tirados en el piso.

Terminando de explorar la sala, se adentró más en el apartamento como un murciélago adentrándose a lo profundo de una cueva. Siguiendo un estrecho pasillo, notó varias puertas que parecían de habitación. La última puerta fue de su interés. Con el sigilo de un gato llegó hasta allí, pero antes de abrir la puerta, pegó su oído al mismo, para saber si había alguien. Fue cuando un humo blanco con olor a incienso comenzó a filtrarse por debajo. El Suizo sospechó que era demasiado el riesgo. Logró salir del apartamento por la misma ventana y con la misma agilidad.

Justo después de descender en rapel y tocar fondo, sintió que alguien jalaba la cuerda. Vio hacia arriba y miró a una mujer agarrando la cuerda con una mano y extendiendo la otra, en señal de auxilio. Apenas pudo apreciar su rostro por el cabello largo que lo cubría. Atemorizado, El Suizo se desenganchó de la cuerda y corrió, escondiéndose en las sombras; evitando la luminaria que iluminaba la calle desierta.

 

AUSENCIA INSÓLITA

«Esto está rarísimo. No me contesta las llamadas ni los mensajes», pensó Mónica, quien no a sabido de su hermana desde hace cuatro días. Lo último que supo de ella es que estaba de fiesta con sus amigas. Trató de comunicarse con ellas, pero es como si la tierra se las hubiese tragado.

«Seguramente está pololeando, pero me diría algo. Mmmm, Nunca dejaría sus clases por un tipo» se decía; apoyada en el lava manos. Perdidamente mantenía su vista en el remolino que se formaba por el chorro del grifo abierto. Corría en sus pensamientos la incógnita de lo que le pasó a su hermana. Ducharse y prepararse para el trabajo se volvió para Mónica una tarea pesada. El pan que antes le sabía bien ahora estaba muy salado; la crema de avellana que le añadía al pan, estaba demasiado dulce. Ese café que tanto disfrutaba, ahora lo escupía.

Aquella mañana a su marido le tocaba llevar a las niñas al colegio. Tomando provecho del tiempo disponible, Mónica pasó frente a la universidad donde estudiaba su hermana; conduciendo despacio. El campus estaba lleno de estudiantes. Cada vez que miraba a una chica de tez blanca y de cabello castaño claro, la veía. Aún más si miraba a una de complexión delgada y de mediana estatura. Ver a una chica que se asemejaba a la descripción física de su hermana, hacía llover lágrimas ácidas de sus ojos.

—¿Dónde estás, Sandra? ¿Dónde?—se preguntaba, hablando sola en su coche, con la voz débil y arrastrada.

Enrojecida y con ojos lacrimosos, encendió la radio en el camino, pero no hubo noticias que la alertaran. Llegando al campo de fútbol donde trabajaba como entrenadora, revisó las noticias locales desde su celular. Un encabezado la hizo cerrar los ojos y cubrirse la boca. Se detuvo el tiempo para Mónica. Como ráfagas vio delante de ella: los momentos que pasó con Emma, su hermana.

 

SACRO CRIMEN

Adentrándose a una escena del crimen estaba la detective Rojas. Tras varios años como detective lo ha visto todo, pero la escena que estaba por ver se convirtió en una de las más sanguinarias de su carrera.

Dentro de una casa abandonada frente a un complejo de apartamentos, sucedió el crimen. La detective observó la escena (una chica atada al suelo, con sus manos y piernas abiertas, completamente desnuda en el círculo de un pentagrama invertido, dibujado con lo que parecía ser tiza blanca). Alrededor del círculo en el que se encontraba la chica, habían símbolos irreconocibles. Rojas al notar una incisión por debajo de la caja torácica de la víctima, sospechó lo peor. El torso del cadáver estaba repleto de sangre. Sus primeras conclusiones apuntaban a un sacrificio humano.

Por lo visto el interior de la casa abandonada había sido acondicionado para el crimen. Habían velas en las cinco esquinas del pentagrama, cortinas negras tapando las ventanas, olor a ron y a huevos podridos; inscripciones en la paredes, y una estatua sobre un altar, entre dos candelabros de metal oxidado. Unos catalogarían de demoníaca la estatua, pero la detective se abstuvo de juzgar su apariencia, a la vez, no le parecía familiar. Satánico no era, pero la deidad humanoide tenía un parecido con la estatua de Baphomet que adoran los satánicos. Los dedos de la mano derecha señalando hacia arriba y los de la izquierda hacia abajo, era característico del satanismo, pero entonces ¿Porqué adorar una estatua distinta que parecía a la de un hombre mitad reptil? Era la inquietud de la detective Rojas; aunque su mayor duda venía del anillo encontrado en el dedo anular izquierdo de la fallecida; del brazalete en su mano derecha y del collar en su cuello (Joyas de oro con incrustaciones de obsidiana).

 

 

Publicado originalmente el 14 de noviembre de 2021

 

©2023, G.D. Romill. Todos los derechos reservados.