DESVARÍO O REALIDAD
Hace dos semanas, miraba por la ventana cerrada de mi apartamento: las luces callejeras alumbrabando la
vegetación de la casa abandonada de enfrente (única, en medio de los complejos de apartamentos).
La ausencia de movimiento en la calle, me impuso el silencio. Simplemente era
yo y la ausencia de vida (o eso creí). A eso de las tres de la madrugada
Despertando, ya tarde, casi a medio día me
puse a ver televisión. No había mucho que hacer. Revisé el canal del noticiero local,
con la expectativa de encontrarme una noticia interesante. Resulta que la calle en
donde vivo, era la noticia de última hora. Subí el volumen, escuché el
reportaje. Me quedé helado, al igual que el pavimento urbano absorbiendo el
frío invernal.
Esa madrugada, al parecer una secta asesinó a una chica en la casa abandonada. Las cámaras mostraban las grabaciones policiales (cortometrajes de la escena del crimen), donde aparecía un altar hecho para adorar a un ente de apariencia maligna. El cadaver y la sangre en la escena fueron censurados por lo visceral del crimen.
Desde la ventana vi la aglomeración de gente que miré en la tele; lejos de la tranquilidad ignorante que sentí; y meditabundo con respecto a la sombra.
EN LAS BUENAS Y EN LAS MALAS
—¡Chucha, Titán! Nos salió trígido el frío. Weón, no se siente como primavera—le dijo Franco a su compañero fiel de cuatro patas. Acostado sobre una gruesa capa de cartón y plástico, se cobijaba con una sábana que le fue dado por buenos samaritanos.
El frío inusual de la ciudad llegó al extremo de detener el tráfico y congelar cada fibra de los arboles citadinos. A la intemperie, Franco no pudo más que abrazar a su perro y sentir algo de calor, en el callejón olvidado donde había decidido pasar la primavera.
—Algún día te llevaré a la playa, amigo. Ya verás. Posiblemente en verano lo haga—Titán en ese momento estaba inquieto y lloriqueando, con la mirada estresada. Franco no lo entendía—¿Qué pasa, campeón?—le preguntó. Al minuto escuchó los pasos de alguien aproximándose al callejón oscuro. Los pasos eran cada vez más firmes, como de una persona corriendo con botas.
El pobre Titán temblaba en los brazos de Franco, orinándose sobre la sábana. Franco Instintivamente apagó la lámpara que usaba, y se cubrió con su perro, sintiendo su propio corazón latir con una intensidad que le robaba el aire. A sus oídos aquellos pasos se escuchaban eternos en una noche o una madrugada que parecía interminable.
MISIÓN IMPREVISIBLE
Entró por la ventana de un apartamento lujoso, logrando desactivar la alarma. A primera vista vio con su linterna: juegos de té, en vitrinas (se veían antiguos). Pronto se dio cuenta que estaba en un salón. Lo habían contratado para robar joyería (es su especialidad), por lo que pasó de largo las bandejas, teteras, tazas y platillos, posiblemente de porcelana. En su lista habían tres objetos: un brazalete, un collar y un anillo. Tenían diseños que él no reconocía. Su cliente se limitó a decirle que eran de incalculable valor. El ladrón, conocido en el bajo mundo como “El Suizo”, se dispuso a seguir con lo suyo.
Utilizando una de sus herramientas abrió la puerta del salón, y precavido sacó un dispositivo infalible que le ayudaba a detectar cámaras de vigilancia, a través de diferentes frecuencias. Se percató de que no había ninguna frecuencia sospechosa. Cauto, caminó hacia lo que parecía la sala principal, teniendo el aparato en una mano y su linterna en otra. Examinó la sala con detenimiento, y se preguntaba porqué no había cámaras.
En la sala había una tele, un sofá, una mesa de vidrio y lo que seguramente era una réplica de un cuadro de Goya, entre otras cosas. Lo único inusual era el aroma de perfume de mujer y pétalos de rosas tirados en el piso.
Terminando de explorar la sala, se adentró más en el apartamento como un murciélago adentrándose a lo profundo de una cueva. Siguiendo un estrecho pasillo, notó varias puertas que parecían de habitación. La última puerta fue de su interés. Con el sigilo de un gato llegó hasta allí, pero antes de abrir la puerta, pegó su oído al mismo, para saber si había alguien. Fue cuando un humo blanco con olor a incienso comenzó a filtrarse por debajo. El Suizo sospechó que era demasiado el riesgo. Logró salir del apartamento por la misma ventana y con la misma agilidad.
Justo después de descender en rapel y tocar fondo, sintió que alguien jalaba la cuerda. Vio hacia arriba y miró a una mujer agarrando la cuerda con una mano y extendiendo la otra, en señal de auxilio. Apenas pudo apreciar su rostro por el cabello largo que lo cubría. Atemorizado, El Suizo se desenganchó de la cuerda y corrió, escondiéndose en las sombras; evitando la luminaria que iluminaba la calle desierta.
AUSENCIA INSÓLITA
«Esto está rarísimo. No me contesta las llamadas ni los mensajes», pensó Mónica, quien no a sabido de su hermana desde hace cuatro días. Lo último que supo de ella es que estaba de fiesta con sus amigas. Trató de comunicarse con ellas, pero es como si la tierra se las hubiese tragado.
«Seguramente está pololeando, pero me diría algo. Mmmm, Nunca dejaría sus clases por un tipo» se decía; apoyada en el lava manos. Perdidamente mantenía su vista en el remolino que se formaba por el chorro del grifo abierto. Corría en sus pensamientos la incógnita de lo que le pasó a su hermana. Ducharse y prepararse para el trabajo se volvió para Mónica una tarea pesada. El pan que antes le sabía bien ahora estaba muy salado; la crema de avellana que le añadía al pan, estaba demasiado dulce. Ese café que tanto disfrutaba, ahora lo escupía.
Aquella mañana a su marido le tocaba llevar a las niñas al colegio. Tomando provecho del tiempo disponible, Mónica pasó frente a la universidad donde estudiaba su hermana; conduciendo despacio. El campus estaba lleno de estudiantes. Cada vez que miraba a una chica de tez blanca y de cabello castaño claro, la veía. Aún más si miraba a una de complexión delgada y de mediana estatura. Ver a una chica que se asemejaba a la descripción física de su hermana, hacía llover lágrimas ácidas de sus ojos.
—¿Dónde estás, Sandra? ¿Dónde?—se preguntaba, hablando sola en su coche, con la voz débil y arrastrada.
Enrojecida y con ojos lacrimosos, encendió la radio en el camino, pero no hubo noticias que la alertaran. Llegando al campo de fútbol donde trabajaba como entrenadora, revisó las noticias locales desde su celular. Un encabezado la hizo cerrar los ojos y cubrirse la boca. Se detuvo el tiempo para Mónica. Como ráfagas vio delante de ella: los momentos que pasó con Emma, su hermana.
SACRO CRIMEN
Adentrándose a una escena del crimen estaba la detective Rojas. Tras varios años como detective lo ha visto todo, pero la escena que estaba por ver se convirtió en una de las más sanguinarias de su carrera.
Dentro de una casa abandonada frente a un complejo de apartamentos, sucedió el crimen. La detective observó la escena (una chica atada al suelo, con sus manos y piernas abiertas, completamente desnuda en el círculo de un pentagrama invertido, dibujado con lo que parecía ser tiza blanca). Alrededor del círculo en el que se encontraba la chica, habían símbolos irreconocibles. Rojas al notar una incisión por debajo de la caja torácica de la víctima, sospechó lo peor. El torso del cadáver estaba repleto de sangre. Sus primeras conclusiones apuntaban a un sacrificio humano.
Por lo visto el interior de la casa abandonada había sido acondicionado para el crimen. Habían velas en las cinco esquinas del pentagrama, cortinas negras tapando las ventanas, olor a ron y a huevos podridos; inscripciones en la paredes, y una estatua sobre un altar, entre dos candelabros de metal oxidado. Unos catalogarían de demoníaca la estatua, pero la detective se abstuvo de juzgar su apariencia, a la vez, no le parecía familiar. Satánico no era, pero la deidad humanoide tenía un parecido con la estatua de Baphomet que adoran los satánicos. Los dedos de la mano derecha señalando hacia arriba y los de la izquierda hacia abajo, era característico del satanismo, pero entonces ¿Porqué adorar una estatua distinta que parecía a la de un hombre mitad reptil? Era la inquietud de la detective Rojas; aunque su mayor duda venía del anillo encontrado en el dedo anular izquierdo de la fallecida; del brazalete en su mano derecha y del collar en su cuello (Joyas de oro con incrustaciones de obsidiana).
Publicado originalmente el 14 de noviembre de 2021 
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