—Sr. Santos, por favor retírese de aquí. Su esposa no se encuentra en este hospital.
Finalmente dejó de insistir en entrar. No le quedaba duda de que la enfermera mentía. Había visto a su esposa, entrando. 
Volviendo
 a su auto, escuchó una voz que le ordenaba salvar a su esposa de esos 
lavacerebros. Las bebidas experimentales que consumía desde niño le 
daban fuerza a aquella voz firme.
Con las manos estrujando el volante, fijó su mirada en la enfermera, quien hablaba por celular. 
Esa
 voz lo sigue escuchando, en una prisión de máxima 
seguridad, rodeado de paredes grises; un techo con barrotes y una luz 
azulada e intermitente, que se desfigura sobre la camilla intangible que
 le aplasta el espíritu, por la dureza de la voz que le insitó golpear 
sin misericordia a la enfermera con un bate de béisbol, e intentar 
estrangular a su esposa embarazada.
Publicado originalmente en octubre de 2022
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