Daría lo que fuera por
 comer patatas al horno y esa deliciosa arepa que me preparaba mi 
madre. Como olvidar también, a Yolanda. Éramos unos chamos cuando le 
quise dar un beso. Me tapó la boca y dijo preferir tomarme una foto con 
su cámara Polaroid; en Playa Grande, Caracas. 
El viento soplando
 fuerte; las olas golpeando la costa; la arena quemante; la gente en su 
burbuja…Son cosas que igualmente quisiera revivir.
La última 
fecha que recuerdo es: el primero de octubre de 1976 (un día después de que pasé
 la tarde en la playa, con Yolanda). Iba pedaleando a casa, tomando de 
atajo un predio baldío. Tantísimas veces usé ese atajo, a sabiendas de 
lo peligroso que podría resultar. Me imaginaba un asalto, pero nunca, ni
 en mis sueños más locos imaginé encontrarme con un alien.
Secuestrado, y con obviamente algunos privilegios ganados, escribo esto con lo que el alien (mi amo), llama: “grafía telépata”. 
Le
 dice a otros de su especie que soy una criatura inteligente, cuando me 
expone ante ellos en una caja de cristal que se vuelve transparente o 
polarizada; dentro de lo que comparo a un salón. Suertudamente no 
terminé como los hombres que fueron diseccionados vivos, luego de que 
intentaran transmutarlos a no sé que cosa.
Gracias a la compasión
 de mi amo he leído libros antiguos, y según revisé: diccionarios del 
Siglo XXI. De algún modo ¡Está chévere! Aunque no comparto con él su 
curiosa naturaleza: el gusto por cristalizar cerebros y de succionar 
fluidos corporales. 
Publicado originalmente en octubre de 2022
© 2022, G.D. Romill
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